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En la cultura occidental funciona un cuento enternecedor que se lo cree aproximadamente todo el mundo. Que la moral es algo interno, de cada uno, y que lo púbico -de todos- es la ley. Como ficción es algo que probablemente produce derivadas muy interesantes, como por ejemplo nuestra cultura política y la democracia liberal. Pero en cuanto te lo crees, lo único que consigues es no entender cómo funciona el mundo.  Y desde luego no entender la función de la moral.

No hay más que pensar y abrir los ojos. Pongamos un par de preceptos morales de libro, y ajenos a la ley, para ver cómo funcionan. Respetamos a las mujeres;  respetamos a los ancianos. Respetar, entiéndase, no es no pegar; es tener ciertas deferencias a las que ninguna ley obliga. ¿Eso son preceptos de cada uno, para guiar la conducta del que se los crea? ¡Y un huevo! Son preceptos que a lo que nos obligan es a impedir esa conducta en los demás si la tenemos a la vista y podemos impedirlo. La moral no te dice lo que no debes hacer tú, sino lo que no deben hacer los demás — y por tanto lo que los demás creen que no debes hacer tú.

Pablo Malo, de quién viene no la idea pero sí el impulso de esta entrada, lo expresa de cine en:

Y ocurre que la moralización tiene una característica que la hace única, a saber, que cuando algo es moral no se deja al criterio de cada uno que haga lo que quiera en ese tema, sino que se impone. Por ejemplo, si yo creo que abortar está mal porque es matar una persona entonces no puedo permitir que cualquiera haga en el tema del aborto lo que quiera sino que impondré o lucharé para que nadie aborte. Si yo creo que llevar minifalda o cualquier otra conducta es un insulto a Dios pues no me quedaré cruzado de brazos y esperaré a que Dios castigue a la que vista minifalda, sino que atacaré o coartaré la libertad de la chica que la lleve.

En efecto, lo que distingue la moral no es que cada campeón crea una cosa u otra, sino que sienten un fuerte impulso de hacer que los demás actúen en consecuencia. Si no fuera por ese detalle clave no se trataría de moral, sino de características personales. Espero que a la vista de la explicación se acepte la idea.

Ya sabemos dos cosas. La moral es lo contrario de algo personal, y obliga a imponerla a los demás.

Ahora podemos mirar las funciones de la moral. Los elementos culturales universales suelen ser universales porque cumplen una función. Se puede sospechar alguna función en la moral. Y de inmediato aparecen dos obvias.

1) Regulan de forma muy conveniente las relaciones humanas en algunos niveles más o menos básicos.

Cuando dos perros desconocidos se cruzan por la calle, lo primero que tienen que hacer es decidir si van a ser amistosos, indiferentes, o a atacarse. Y ese es un proceso que lleva un ritual y un tiempo. Lo humanos, como tenemos moral, sabemos lo que se puede esperar al cruzarnos por la calle, sin necesidad de ningún ritual ni de perder ningún tiempo. Sin motivo mediante, no nos pegamos. Conclusión: circulamos por la calle con muchísima mayor agilidad que los perros por una calle de perros. La moral es una especie de código de circulación de bajo nivel. Una vez más, nada personal.

2) Crea «identidad». Nosotros (por contra de ellos) somos los que compartimos una moral. Nuestra (no mía) moral.

Y ahora hablamos con Hillary. Pero también sirve para hablar con los «animalistas» o cualquier otro cuerpo extraño que necesariamente se siente obligado a imponernos su moral — precisamente por tratarse de una moral.

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Los cojones. Los musulmanes pueden ser personalmente tan pacíficos y tolerantes como cualquier grupo humano. Su moral no puede serlo, porque ninguna moral puede serlo. La moral, toda moral, es lo contrario de pacífica y tolerante. Pregúntale a Hillary lo tolerante que es ella con los que llama «negacionistas climáticos», o cualquier otra obsesión progre.

Pero por otra parte hemos visto (en 1 y 2) que la moral es una herramienta humana necesaria. No sé si sería posible crear una identidad «humanista» que la gran masa de cenutrios pueda compartir, pero parece muy difícil. Lo que es imposible es el código de circulación de bajo nivel sin moral. Tú, joven dama de buen ver, o puedes circular por la calle sin que te toquen el culo (Ginebra), o no puedes (El Cairo). Y necesitas saberlo. Por tanto, necesitas un sistema moral. Que no es algo que te dice lo que tienes que hacer tú, sino lo que van a hacer los demás.

Nota: por eso necesitas una asignatura como Educación para la Ciudadanía. O sea, una moral pública; y sí, del estado. Para estupor de la derecha recalcitrante. Un estado sin moral no puede existir; porque no hay estado sin sociedad, ni sociedad sin moral. Vaya, sociedad más allá de la banda de perros.

La alucinante ingenuidad occidental ha sido creer que la moral es cosa de cada cual. Se creyó su propio cuento. Pero ya en la muy -supuestamente- tolerante Al-Andalus, la gente vivía en barrios perfectamente delimitados que separaban a la vasca por su religión. Y las pocas interacciones que había, generalmente en la cúspide de la sociedad, estaban extremadamente formalizadas para evitar los conflictos. Por ejemplo, no compartir los utensilios de comer; y muchas otras gimnasias.

El islam, en la medida en que sea un sistema moral, y en la medida en que no sea nuestro sistema moral, es nuestro enemigo; inevitablemente. Pero vaya, por diseño de humano; somos así. El día que seamos otra cosa, poshumanos o lo que sea, tal vez sean posibles dos morales no enemigas. Mientras tanto, no. Cojones, que los «animalistas», que comparten el 99% de nuestra moral, nos tienen por enemigos. Y por asesinos. ¿Qué diablos crees que van a ser los islamistas, Hillary?

Colofón. Toda moral es violentógena por su naturaleza. Si sólo hay una, funciona. Puede ser un peñazo, pero no hay violencia. Si hay más, la violencia está garantizada. También puedes intentar hacer una moral que sea única, y lo más suave y llevadera para que quepan todos. Pero parece difícil, porque la impresión es que nos va la marcha. En cuanto civilizamos el cristianismo, después de la tremenda y larga lucha de la Ilustración, en seguida nos pusimos a inventar morales nuevas que se demostraron muchísimo más peligrosas y asesinas. Y todavía seguimos en ello, inventando moral tras moral, aunque -de momento- con menos asesinatos masivos.