Maleni
No sé si estoy en lo cierto pero, últimamente, la Plaza parece un tanto concernida con el «hecho religioso». Creo que no es necesario decir qué me considero yo, pero sí me parece importante recalcar que el asunto me importa. No soy indiferente ante lo que ha ocurrido en el Vaticano a lo largo del último mes y por eso os insto a opinar sobre ello. Algunas de las cuestiones que se me ocurren para iniciar el diálogo son las siguientes:
– si os parece que tiene alguna relevancia el cambio de Papa y en qué sentido se puede notar el cambio;
-si la elección responde a lo que esperabáis o ha supuesto algo de sorpresa;
-qué valor le otorgáis a la religión, si tiene alguno.
Si os parece más fácil ser religioso, por eso de que delegas en otra instancia para «resolver» ciertos problemas, o por el contrario, es más complicado que declararse no creyente…
Yo me mojo con la última. Tradicionalmente, una de las calificaciones para aludir a los católicos que una ha escuchado es que ser creyente supone cierta comodidad. En efecto, la Iglesia católica, a diferencia de las protestantes, no dejan mucho a la libre elección y opinión de los fieles. En las Encíclicas y homilías se aclara bastante en materia de doctrina e incluso de ritos y manera de vivir. De esta forma los fieles son las «ovejas», el rebaño, utilizando una metáfora que se emplea mucho en la letra y en el imaginario católico, mientras que es frecuente que, los sacerdotes y no digamos los obispos, son representados por la imagen del pastor. Parece que la laicización de la sociedad más que contribuir a acabar con ésta imagen, no sé hasta qué punto en la Iglesia se reflexiona sobre ello, se ha producido cierto «abandono» de la creencia. Es decir, más que pelearte con un algo lo que la gente hace es «pasar», vivir al margen de ese algo. A mí me parece una pobreza para la cultura que lo que parezca un logro, la libertad religiosa, consista en realidad en un vacío respecto a la noción de Dios. No pretendo ir a nada que tenga que ver con apología o con proselitismo, yo sé perfectamente que las luchas religiosas en mi continente se han saldado con la conquista de la libertad religiosa, pero me produce cierta tristeza que ello sea a consta de «ignorar» el hecho.
En efecto, a poco observadores que seamos no podemos dejar de lado lo que significa la religión en otras culturas y continentes. No me conformo, a diferencia de otras personas, diciendo que ellos están más retrasados que nosotros. Como si, impepinablemente, su derivación vaya a ser la misma que la nuestra. Lo que me parece positivo en nuestra evolución, la libertad y tolerancia religiosa, no obvia que incurrimos en una carencia, el deseo de conocer a Dios, de buscar la espiritualidad. Si me permitís la metáfora asumimos que queremos vivir sin probar una gota de líquido por el hecho de que algún día beber nos produjo una resaca fatal. Y no puedo dejar de ver que esto se salda con una comodidad añadida a eso que llamaba «carencia». Cuando tratas de conocer más en lo que a la espiritualidad y creencia se refiere no te imbuyes de un tocho de mandamientos, sino de un deseo de penetrar en una trascendencia mayor. Por ello estoy en condiciones de decir, que es una simplicidad afirmar que el creyente es un ser humano cómodo que delega en otros una parte de sus preguntas. Muy al contrario, el creyente tiene muchas más preguntas, cuantitativa y cualitativamente, a las que dar respuesta.