Por Marod

No suelo ver la televisión tradicional. Me empieza a parecer un tanto anacrónico eso de tener que tragarme lo que decida el responsable de la cadena de turno. Sin embargo, esta semana hice excepción a mi norma, y puse el aparato de fondo.

En la Sexta me encontré una entrevista a Carla Antoneli. Para los que no tengáis el gusto (o el disgusto, nunca se sabe) de conocerla, sólo os puedo decir que es diputada y transexual. De profesión artista, de las que compaginan el artisteo con el activismo político. Total, que a base de activismo pro-LGTBI, y defender los derechos de ese colectivo llegó a diputada. Ignoro de qué partido político, y ni ganas de buscarlo. Para eso está San Google.

El caso es que es me llamó la atención y dejé por un ratito la pulsión del mando a distancia de la TV. Hablaba cómodamente de la historia y la lucha por los derechos civiles de las personas transexuales, ya que la entrevista era en un tono amable y comprensivo. El viento a favor, vaya.

Reconozco que empezó a aburrirme un tanto, así que mi mente se puso a divagar. Me quedé pensando en la cantidad de siglas que se van incorporando a la cuestión de género (que se confunde o se funde con la identidad sexual). Yo me quedé en lo de L.G.T.B. Sé que hay por lo menos una I (¿Intersexual?) y alguna más. Me pierdo un poco, la verdad.
Es una especie de epidemia de géneros. Como si de repente, alguien hubiera abierto una caja de Pandora arcoíris, y salieran a la luz un montón de identidades de género que desconocíamos.
En un momento de la entrevista, Carla nos relata la satisfacción personal que le produce el hecho que de «aquellos que nos insultaban, nos golpeaban y nos encarcelaban, tengan que llamarme hoy señoría» (más o menos, la cita no es textual).

Creo que es un error enfocar el discurso de esa manera. Es un discurso excluyente, agresivo y provocador porque lo personaliza. Quita a las personas y queda mucho más aséptico, más limpito. Podría haber hablado de la satisfacción que le produce el hecho de que la sociedad española haya pasado en pocos años de maltratar a los transexuales a reconocerles sus derechos formales y que puedan ser diputadas, presidentas o cualquier otra cosa.
No pretendo que la señora Antoneli aprecie esta sutileza, o cambie una coma de lo que quiera decir, básicamente porque es una idiotez pedirle peras a un olmo. Pero creo que hay que señalarlo porque es uno de los problemas que tenemos: el uso de las cargas valorativas del lenguaje.

Y al final, me quedé pensando que la entrevista sólo analizó el asunto desde un plano puramente subjetivo y emocional. La puñetera estética, que nos puede más que la ética. Y como nadie habló de los Derechos que se ganan, y de otros que se ven afectados… pues me voy a quitar el sinsabor. Os jodéis, que va ladrillo 😉

Como no podía ser de otra manera, vamos al libro gordo de petete para comprobar qué dijo nuestro legislador supremo allá por el año 78 del siglo pasado.

Artículo 10

1. La dignidad de la persona, los derechos inviolables que le son inherentes, el libre desarrollo de la personalidad, el respeto a la ley y a los derechos de los demás son fundamento del orden político y de la paz social

Este es el artículo que nos garantiza que nos podamos definir como queramos. Libre desarrollo de la personalidad. Hay que fijarse también en esa coletilla de «los derechos de los demás», pero en principio, si no afecta al orden público es una especie de «haz lo que te dé la gana».

Estaremos de acuerdo en que cada persona debe poder tener el derecho de autodefinirse como quiera. Como si quieres decir que eres senelita, ya ves tú. Eso no presenta problema alguno.
El problema viene después. El problema viene cuando a esa «definición» pretendemos aplicarle este otro artículo:

Artículo 14

Los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social.

Bien, nos definimos como intersexuales, o como Queer, o lo que sea y ya tenemos una «circunstancia personal o social». Y empiezan los problemas. ¿Por qué yo no puedo casarme? ¿Por qué yo no puedo entrar en el ejército? ¿Por qué yo no puedo adoptar? etc etc etc.

Es un quebradero de cabeza, pero bueno, poco a poco se van incluyendo en la sociedad como miembros de pleno derecho, individuos que históricamente estaban denostados en nuestra sociedad. Y eso me parece algo positivo. Cuantos más individuos sean capaces de incluirse dentro del marco jurídico y social de nuestra convivencia, más opciones tenemos como Sociedad de aprovechar de todo lo que nos puedan aportar esos individuos.

El redoble de tambor viene cuando metemos en la coctelera este otro artículo:

Artículo 9.2

Corresponde a los poderes públicos promover las condiciones para que la libertad y la igualdad del individuo y de los grupos en que se integra sean reales y efectivas; remover los obstáculos que impidan o dificulten su plenitud y facilitar la participación de todos los ciudadanos en la vida política, económica, cultural y social.

Aquí ya empieza el delirio y surgen peticiones de lo más peregrinas. Esas cosas de paridades, discriminaciones positivas y tal. Trabajo para políticos, jueces y esa gente. La dificultad estriba en identificar (y sobretodo medir y demostrar) esos «obstáculos que impiden o dificultan la plena integración en la vida política, bla bla bla». Y con lo poco amigos que son nuestros legisladores de hacer esos ejercicios, pues pueden salir leyes de esas difíciles de entender.

Concluyendo, que algún/a ya está roncando, con las reflexiones finales. Muy dylaniano, preguntas que lanzo al ruedo

El hecho de reconocer esa libertad de género, ¿No es una forma de fomentar las desigualdades en el seno de la sociedad? Me refiero, a que nosotros los hombres blancos heterosexuales se supone que somos los dominadores de esta sociedad «Hetero-patriarcal»… si nos van poniendo cajitas al paso, acabamos discriminando (incluso sin querer) a un montón de colectivos de los que ni siquiera habíamos oído hablar. Es difícil discriminar a alguien que ni siquiera sabes definir. No lo digo tanto por los géneros «clásicos» (hetero, homo, lesbi, bi), pero coño, de verdad, yo no sé qué es exactamente un intersexual. No sabría distinguirlo de un bisexual.

¿Es lícito coartar o coaccionar la libertad de los individuos en pro de mejorar su integración en la sociedad? Llevado al paroxismo podríamos negar todo género y empezar a denominarnos a todos personas. Cuantos menos colectivos, cuanto menos «indentitis», menos problemas. Sin embargo, negar esa posibilidad de autodefinirse a la persona nos acerca al totalitarismo social. Varón/hembra y si no, no encajas en esta sociedad, chaval… vete a California que allí te dejan casarte con una gallina si quieres.

La sociedad evoluciona y aumenta, todo es más complejo. Y sí, la ventaja de la diversidad y la inclusión nos ayuda a una cooperación a escala de millones de individuos; pero el riesgo es que esto se convierta en una «jaula de grillos», y entre tanto grito de «facha yo? facha tu puta madre» no nos entendamos.

Ahí os siembro la duda… a ver qué nos trae la cosecha 😉

Añado foto para la discusión (pm).

maya-forstater